sábado, 26 de marzo de 2011

¡El papel toalé (higiénico) también es arte!


En un país con una tasa de desempleo que supera el 20% hay muchas maneras de buscarse la vida. Este hombre en el Passeig de Gracia dio con una buena fórmula atando trozos de papel toalé y dejándolos volar… esta noche, era el que más recibía monedas.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Los tres ingredientes


Por primera vez he escuchado un mezcla de ingredientes que pueden hacer un plato mediáticamente apetecible, en medio de la crisis del periodismo marcada por la caída de la credibilidad de los medios, el descenso de las ventas de los periódicos y la falta de un modelo económico para hacer periodismo en la web.

Los ingredientes serían los que siguen: noticias producidas por los periodistas del sitio web; una buena selección de las mejores informaciones que producen otros medios; y links que remitan a blogs de centenares de expertos en distintos temas que no manejan los periodistas.

La "receta" la dio Ignacio Ramonet en la inauguración del ciclo de conferencias "Mitjans de comunicació. Garantia de pluralitat o negoci? El dret a una informació real”, organizado en el CCCB en Barcelona, por la Fundación Comín.

El ejemplo que dio de esta experiencia periodística y de su éxito es el Huffington Post, que comenzó como un pequeño blog de opinión política hace seis años y que hoy es tan importante que fue comprado en febrero pasado por AOL -una de las principales compañías de internet de Estados Unidos- por US$315 millones.

CronicasdeIdayVuelta podría aplicar estos tres ingredientes, a ver que pasa…. Este periodista español reconocísimo y asentado en Francia no se reserva el entusiasmo: "No es el momento de ser pesimistas, una época empieza y otra termina", dijo el lunes pasado, cuando se aseguró que nunca se había tenido la oportunidad de hacer tanto con tan poco.

Vencidos que se creen vencedores

Ramonet habló -como muchos otros- de que internet promoverá la democratización de los medios. Pero soltó una idea nueva para mí: los grandes medios tradicionales se han convertido en un problema para la democracia.

¿No se supone que la libertad de expresión es garantía de adecuados sistemas políticos? El problema es que ahora - de acuerdo al periodista- los medios ya no son "el cuarto poder" que le hacen contrapeso a los otros tres, sino que más bien se han convertido en otro poder suplementario.

"Los medios son la herramienta de la globalización" señaló, argumentando que en el neoliberalismo las empresas (incluso las mediáticas) son los actores centrales y por eso defienden el sistema económico actual. ¿Debe trabajar más para poder jubilarse? ¿Le quitaron la casa porque no ha podido pagar la hipoteca y además tiene una deuda millonaria? ¡Pues esta forma de vivir sigue siendo maravillosa! Porque aquí las empresas son las que ganan más.

Algunos ciudadanos se dan cuenta de que los vencidos tenemos que creernos vencedores y se desengañan de los medios, explicó. No ayuda la súper velocidad con las que debe hacerse el periodismo de hoy en día, cuando las noticias hay que tenerlas, escribirlas y documentarlas para antes de ayer, sobre todo su se trabaja para la web. Le creo: Cuando trabajé dos meses en TV tenía que montar una pieza de un tema desconocido para mí en media hora, antes del informativo. ¿Cómo se supone que podía verificar la información, que es lo que se supone que distingue a un periodista?

La solución sería crear un medio que genere confianza, que cuente con "un mecenas" que podría ser el mismo Estado. Ramonet recordó esfuerzos como los de Venezuela, en donde el gobierno ha creado una red gubernamental de medios que, la verdad sea dicha, agravan el problema porque generan propaganda gubernamental. Eso no me interesa en términos periodísticos, porque lo viví en Venezuela y sé de lo que habla.

Hay otros diarios estadounidenses que cuentan con mecenas privados que le permiten cierta independencia. El mismo Ramonet recordó que cuando dirigía Le Monde Diplomatique el diario recibió una donación de 1 millón de dólares.

Para los menos afortunados, seguramente existe un modelo económico aún no descubierto, que permitirá salir de esta crisis. Probablemente, tendrá los tres ingredientes apuntados por Ramonet.

martes, 15 de febrero de 2011

Recordando a los diablos…


El domingo, mientras volvía desanimada de ver muchos, muchos pisos, buscando alguno donde poder vivir, me encontré con la fiesta de Santa Eulalia en la Plaza de la Seu. Uy, que bonito. No pude evitar asociar la fiesta con los Diablos de Yare (es que yo bailé en una de esas comparsas cuando era niña). Aquí hay unas especies de cofradías y cada grupo de diablos va vestido de un color distinto. En medio del sonido de los tambores, hay fuego y luces artificiales.

La foto, tomada con una cámara kodak bien lentita, también me desanimó porque disparaba como cinco segundos después de que apretaba el botón. Pero salió esta foto y me gustó. Me dije, bueno, si salió esta foto, quizás todo puede pasar. Quizás logre encontrar un piso limpio, céntrico, con luz, y con gente que me caiga bien. La esperanza es lo último que se pierde…

miércoles, 9 de febrero de 2011

Vértigo

Cuando tenía quince años subí miles y miles de escaleras, pese a mi vértigo patológico, hasta alcanzar la cima de un tobogán amarillo altísimo, el más alto que he visto. Estando arriba me di cuenta de que no me podía lanzar.

- Lánzate ya, no te voy a seguir esperando-, me advirtió mi hermana, después de cinco minutos de impaciencia.

- No puedo-, le repetí.

- Pues allá tú-, me dijo, y se lanzó.

Yo me quedé arriba, sin saber que hacer, porque hablaba un inglés paupérrimo y el empleado de la atracción no entendía las señas con las que le imploraba que me dejara bajar las miles de escaleras.

Diez minutos después yo seguía allí aterrorizada, viendo como los que llegaban se lanzaban a ese vacío vertical y amarillo con un gesto que ni remotamente se parecía al mío, retorcido.

A los quince minutos me dije “pues no hay nada que hacer”, cerré los ojos y me lancé. La fricción me lastimó un poco las piernas, mi estómago dio miles de vueltas sobre su propio eje, abrí los ojos y me encontré con mi hermana, fastidiada de tanto esperar. Ella quería ir corriendo a la próxima atracción y yo, con mi adolescencia a cuestas y mi puesto de hermana menor en un país extranjero, tuve que seguirla.

El día antes de regresar a España, recordé el episodio del tobogán porque la sensación de vacío en el cuerpo me recordó a la de esa mañana lejana. Es el día en el que postergué hacer la maleta. Es el día en el que me reuní con mis amigos más queridos e intenté que las despedidas no fueran demasiado dramáticas para que no se me notara el miedo que tengo de perderlos. Es el día en que le dije adiós a mis camisetas para darle la bienvenida a las muchas capas de ropa. ¿Por qué coño, porque cojones estoy decidiendo volver a Europa?

Las respuestas no las tengo del todo claras. Creo que me he hecho adicta al vértigo de caer en una ciudad desconocida, a la soledad que eso implica, a las muchas horas que tengo que pasar solo conmigo misma. Quizás quiero sentir de nuevo felicidad al encontrar a alguien que comparta un trozo de mí y que me muestre otras palabras, otros modos, otros mundos. También quiero encontrarlos por mí misma.

Hoy estuve en una conferencia sobre Roberto Bolaño en la Casa Amèrica Catalunya y me emocioné, porque entre los análisis literarios sobre la obra del escritor chileno encontré un poco de luz sobre las respuestas que estoy buscando. Decía una de las conferenciantes que los personajes de Bolaño (Como Arturo Belano y Ulises Lima) emigran y eliminan su espacio interior y construyen todo en función de espacios exteriores, caóticos, en los que la literatura es la única salvación.

¿Yo también me voy porque quiero eliminar mi propio espacio íntimo y construirlo desde cero y volcarme al exterior? En Venezuela el exterior está inundado de la violencia de los precios que suben sin parar, de la delincuencia que actúa impunemente, de los productos que desaparecen y aparecen en las tiendas, como si se tratase de frutas de temporadas. El espacio exterior también está inundado de desaliento, sobre todo de los jóvenes que quieren irse masivamente de Venezuela porque, además de los problemas cotidianos, tenemos un presidente que se jacta de ser democrático pese a que –por ejemplo- tiene un montón de poderes con una Ley Habilitante, aunque existe una Asamblea Nacional que recién ha entrado en funciones. En cambio, mi espacio interior en Caracas está vivísimo y lleno de la calidez vital de los amigos y la familia.

Ahora estoy en Barcelona y la balanza ha cambiado el peso de lugar. Cuando cierre la puerta seguramente me sentiré sola muchas noches. Este año (ya no en Madrid sino en Barna) sigo siendo una extraña, ahora en una ciudad donde se habla catalán, y donde el mar es Mediterráneo y no Caribe. Como mi espacio íntimo está casi vacío, me vuelco al espacio exterior: Aprendo otro idioma, busco piso, camino muchas horas al día para entender a la ciudad. Empiezo a tejer otra vida hacia adentro y otra vida hacia afuera.

Pese a todo creo que, en el fondo, quiero volver. Los días de Caracas son azules y verdes, con un sol que no he encontrado en ningún lugar. Está el Ávila, esa montaña maravillosa que huele a tierra y a árboles, y que está llena del sonido del agua que corre a través de las cascadas. Están las pocas personas que, pese a la desidia, quieren cambiar las cosas y quieren contar las muchas historias que despuntan en cada esquina. Sigo estando yo misma, con ganas de conocer a mi propia ciudad llena de barreras de miedo, de pobreza, de riqueza, de tráfico, de mansedumbre.

sábado, 8 de enero de 2011

Adrenalina en Choroní


En Choroní se vive al límite y es lo máximo. Para llegar al pueblo hace falta atravesar una montaña que está apretada por una carretera estrechísima. El cerro verde y frondoso se deshace por las lluvias y deja restos en el asfalto, pero aún así queremos llegar en carro a una playa que nos encanta sin saber por qué. Quizás seamos adictos al miedo que sentimos cuando escuchamos la corneta del autobús que retumba por toda la montaña: Hay que detenerse o ir lento, es decir, estar alerta para evitar estamparse con su trompa chata y llena de luces azules que se acerca a toda velocidad.

Llegamos en la noche y decidimos quedarnos en una posada con aspecto de cárcel, pero que aún así se adapta a nuestros bolsillos cada vez más vacíos por la inflación. Para poner un ejemplo, veinte sándwiches de pernil valen lo mismo que un sueldo mínimo. Aquí en un año todo duplicó el precio, pero según el gobierno la inflación es del 27,2%. Nos decidimos por la peor posada de todas, la más barata, la más feliz.

Hay que escuchar el mar de noche y beber, beber y beber. No hay mejor escenario que el malecón, donde la gente se encuentra, baila, coquetea, compra artesanía, escucha música. Pero a las nueve de la noche el ambiente se transforma de un minuto a otro: todos corren, mis amigos me dicen que me tire al suelo, mi dedo meñique del pie sangra un poco por un vidrio que saltó de una botella rota. A los dos minutos todo vuelve a la normalidad. Beber en el malecón después de una pequeña estampida provocada por una pelea de botellazos es algo que seguramente sorprendería a un europeo, pero aquí nadie está dispuesto a dejar sus cervezas medio llenas por un conflicto que (quizás) no trascenderá. El vendedor de cotufas que tengo al frente me cuenta que el pequeño caos se produjo porque dos hombres peleaban por un lío de faldas. Otro me dice que al menos no sacaron un arma como sí sucedió la noche anterior a las tres de la mañana. Como nadie se alarma, yo tampoco. Sacamos otra cerveza y seguimos.

La comida tiene sabores extremos antes, durante y después de ese momento: el maíz explota en mi boca con las cachapas, el picante de las arepas de calamares me abarca la lengua, siento el ácido y el frío del jugo de parchita y me refresco. En la mañana siguiente nos esperan las olas de Playa Grande, que se mueven vertical y horizontalmente y nos reciben y arrastran con su agua tibia. Qué felicidad el sol y el caos, pensé, cuando me acordé de la nieve y el orden.

sábado, 1 de enero de 2011

Miles de historias de violencia, millones de historias de miedo

Acabo de cerrar la puerta con doble llave, por primera vez. Todavía tengo el pecho oprimido y la sensación de que un bicho malviviente me puede hacer daño en cualquier esquina. Y eso que estoy en el municipio más seguro de Caracas. Y no son las once de la noche. Que quedará para el resto.

Cuando uno crece en Caracas se elabora y se refina un sentido, digamos una especie de olfato, que presiente al malandro o al violador o al que te viene a joder. Cuando se enciende la alarma caminas por la calle volteando cada dos segundos; a veces funciona mirar al presunto hijodeputa a los ojos para que se intimide, a veces mejor es meterse en una tienda para que el sospechoso se pierda de vista. No sé que tan efectivas son mis tácticas, pero hasta ahora me han funcionado. ¿Buen olfato o paranoia?

No han funcionado, sin embargo, para las 500 personas que han matado en diciembre de 2010 sólo en el área metropolitana de Caracas, según una noticia de BBC Mundo. De acuerdo con estadísticas del Observatorio Venezolano de la Violencia, el año 2010 va a cerrar con una cifra cercana a las 17.600 muertes en hechos violentos (acción del hampa y enfrentamientos con la policía, entre otros), 1.600 más que 2009.

Los números no me hicieron falta para que apurara el paso esta noche. Las calles desiertas, algunos borrachos, la gente esquivando la mirada, la ausencia de una patrulla mientras compartía unos cafés… en fin, algo que se siente pero que no se puede explicar. Una noche fría también sentí el mismo vértigo en Madrid, en Sol. Yo olía el peligro, pero mi amiga española no podía sentirlo. A la media hora de nuestro paseo, una carterista casi la jode y yo pensé que el instinto de supervivencia funciona.

Lo de la cartera se queda en pañales comparándolo con lo que me cuentan mis amigos periodistas que cubren la fuente de sucesos. “Aquí se mata por matar”, me dice una. Recuerda el caso de un hombre que llegó a su casa un día con una chapita de HelloKitty. Su yerno osó a decirle “maricón”, y el supuesto ofendido se cobró la afrenta con tres tiros. Un amigo, bastante sarcástico, opina que matar a tu suegro o a tu yerno, una malvada fantasía más o menos frecuente en todo el mundo, es realizable aquí en Caracas. La reportera de sucesos también recuerda el caso de muchacha de 22 años que mataron en un autobús cuando un malandro empezó a intercambiar disparos con su “culebra” (otro delincuente con en que tenía una cuenta pendiente), que estaba en la calle. Las fuentes anónimas pululan en cada historia porque denunciar puede ser sinónimo de muerte. Además, eso de denunciar se traduce en una frustración segura, por el sistema judicial que es casi inexistente.

Aquí no hay sólo miles de historias de violencia, sino también millones de historias de miedo. Tengo amigos que no quieren hacer una fiesta grande en su casa porque temen que entre tanta gente se cuelen delincuentes que hagan un “secuestro exprés”: que jodan y roben a los invitados, que se lleven los objetos de la casa, que se lleven a quien quieran y lo “ruleteen” para hacerles sacar todo el dinero que puedan de los cajeros y después los abandonen en una autopista desierta. Ya hay gente de mi familia que no quiere ir a un bingo, porque la última vez que estuvieron en uno terminaron en un baño arrodillados con el resto de los clientes, mientras varios ladrones los humillaban y les quitaban todas sus pertenencias. Yo ahora también tengo miedo, mucho más que antes. Las muchas historias de atracos a mi gente cercana no habían logrado que sintiera el peligro que sentí esta noche.

Aquí el país se rompe, se desangra y no pasa una puta mierda. Aquí la impunidad es reina. Aquí nos adormecemos para poder lidiar con un estado de guerra silenciosa. Aquí yo no puedo andar con falda en la calle porque empiezo a pensar que estoy tentando a la suerte. Esto se jode, se jode y nada cambia. Hace dos años mataron al hermano de un gran amigo. El cuerpo se desapareció. Lo buscaron en la morgue, en los hospitales, pero nada: las pequeñas corrupciones ocultaban el cuerpo por la mano negra del asesino, que movía los hilos para cubrirse las espaldas. Finalmente lo encontraron en una fosa común, por un contacto que tenía mi amigo. Aquí el amiguismo muchas veces actúa como un salvavidas. La familia siente resignación porque, al menos, tienen el cuerpo. Tener al asesino es demasiado pedir.

Mi amigo se fue del país. Alguna amiga sin mucha plata se ha ofrecido hasta a pagarme un taxi, por el miedo que siente de que engrose las listas fatales. Las calles están desiertas desde las nueve de la noche, porque la gente es cauta y se encierra en sus casas. ¿Me encierro en mi casa o me encierro en un autoexilio? Yo quiero abrir la puerta. No quiero pasar la doble llave.